"Alberto, ingeniero mecánico, concurrió a la entrevista definitiva para optar al puesto de gerente de una fábrica de suministros para
automóviles. Se sorprendió cuando el Director General (quien coordinaba la reunión) echó una breve mirada a su currículum, le hizo un par de preguntas sobre aspectos técnicos y el resto de la hora que duró la entrevista se dedicó a explorar cómo maneja Alberto su ansiedad, cómo se le ocurre que puede manejar las emociones de su equipo de trabajo frente a nuevos desafíos, y cosas por el estilo".
Karen Arnold, profesora de pedagogía de la Universidad de Boston afirma: “saber que una persona ha conseguido graduarse con unas notas excelentes equivale a saber que es muy buena en las pruebas de evaluación académicas, pero no nos dice nada sobre la manera como reaccionará delante de las dificultades que se le presenten en la vida”. Y esto es precisamente el problema, ya que la inteligencia académica no ofrece ninguna preparación para la multitud de dificultades u oportunidades a las que tendremos que enfrentarnos durante la vida.

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Lo sorprendente es que, a pesar de que el coeficiente de inteligencia no representa ninguna garantía de prosperidad, prestigio ni felicidad, nuestras escuelas y nuestra cultura continua insistiendo en el desarrollo de las habilidades académica sin tener en cuenta la inteligencia emocional. En cambio, la habilidad que una persona adquiera en el terreno emocional, determinará de manera decisiva la vida de cada uno de nosotros. Marcará la distancia entre individuos con nivel intelectual parecido, mientras que unos prosperan, otros acaban en una callejuela sin salida.
El interés por las emociones ha existido a lo largo de toda la historia. Sin embargo, a diferencia de lo ocurrido con otras materias que van desde las matemáticas hasta la literatura y que ya formaban parte de las enseñanzas que en la Edad Media se incluían en el Trivium y el Cuadrívium, la educación emocional ha sido la gran olvidada. Sin ir más lejos, el siglo XX se ha considerado el siglo de la racionalidad
( A. Damasio “El siglo XX ha sido el siglo del racionalismo”
).
El uso de inteligencia emocional se remonta a Charles Darwin, que indicó en sus trabajos la importancia de la expresión emocional para la supervivencia y la adaptación. Thorndike, en 1920, utilizó el término inteligencia social para describir la habilidad de comprender y motivar a otras personas. David Wechsler en 1940, describe la influencia de factores no intelectivos sobre el comportamiento inteligente, y sostiene, además, que nuestros modelos de inteligencia no serán completos hasta que no puedan describir adecuadamente estos factores.
A finales del siglo XX irrumpe con fuerza el concepto inteligencia emocional. En este campo, es necesario citar a Daniel Goleman de la Universidad de Harvard, quien en 1995 escribió el libro “Inteligencia emocional”. Lo que ahora es una introducción incipiente de la formación en “Inteligencia emocional” en la universidad y en algunas empresas, se convertirá en un futuro próximo en parte esencial de los currículums escolares.
Salovey y Mayer fueron los primeros en definir la IE como:
"Un subconjunto de la inteligencia social que comprende la capacidad de controlar los sentimientos y emociones propias y las ajenas, de discriminar entre ellas y de utilizar esta información para guiar nuestro pensamiento y nuestras acciones"
La inteligencia emocional es la capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos, y la habilidad para manejarlos.
De una manera algo más extensa, podemos decir que la IE se define como:
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Capacidad para reconocer las propias emociones (el conocimiento de uno mismo)
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Capacidad de controlar las emociones Capacidad de automotivación.
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Reconocimiento de las emociones de los demás
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El control de las relaciones
la capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el empeño a pesar de las posibles frustraciones, de controlar los impulsos, de regular nuestros propios estados de ánimo, de evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales y la capacidad de empatizar y confiar en los demás.

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No solo puede educarse si no que debe educarse; debemos en el futuro invertir en educación emocional.
Sin embargo, aunque la IE es entrenable, no todo el mundo tiene la misma capacidad innata para ser emocionalmente inteligente.
No existe un Test capaz de determinar el «grado de inteligencia emocional», a diferencia de lo que ocurre con los
Test que miden el cociente intelectual (CI). Jack Block, psicólogo de la universidad de Berkeley, ha utilizado una medida similar a la inteligencia emocional que él denomina «capacidad adaptativa del ego», estableciendo dos tipos teóricamente puros, aunque los rasgos más sobresalientes difieren ligeramente entre mujeres y hombres.

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La raíz más primitiva de nuestra vida emocional radica en el sentido del olfato o, más precisamente, en el lóbulo
olfativo, un conglomerado de células que se ocupa de registrar y analizar los olores.
A partir del lóbulo olfativo se empezaron a desarrollar los centros más antiguos de la vida emocional, que después fueron evolucionando hasta
recubrir completamente la parte superior del tronco cerebral .
Con la aparición de los primeros mamíferos, surgieron también nuevos sustraeros fundamentales del cerebro emocional. Esta parte del cerebro, que envuelve al tronco cerebral, se le denomina límbico (anillo). Cuando estamos capturados por el deseo o la rabia, estamos bajo la influencia del sistema límbico. Dentro de este sistema, una estructura en forma de almendra, situada en ambos hemisferios, la amígdala, es el sistema más antiguo de “alarma neuronal”

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Hace unos cien millones de años, que el cerebro de los mamíferos se extendió y experimentó una transformación radical, que representó un avance espectacular en el desarrollo del intelecto. Situado sobre el sistema límbico, el neocortex del Homo Sapiens, es mucho más grande que el de cualquier otra especie y le ha aportado todo aquello que es característicamente humano.

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Diversos autores han contribuido a enriquecer nuestra comprensión de la vida emocional. Entre estos no podemos olvidar de mencionar a Joseph LeDoux, cuya investigación representa una auténtica revolución de nuestra comprensión de la vida emocional, ya que pone de manifiesto por primera vez la existencia de
vías nerviosas para los sentidos que eluden el neocortex.
Este circuito puede explicar el gran poder que las emociones pueden ejercer sobre la razón, porqué los sentimientos que siguen este camino directo a la amígdala son los más intensos y primitos.

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El neocortex es la base del pensamiento y de los centros que integran y procesan los datos registrados por los sentidos. Es también el regulador cerebral que desconecta los impulsos de al amígdala.